De camarera a feriante por amor
Un paseo por la Alameda revela la cara más personal de los que traen la diversión a la fiesta grande.
Vanessa y Esteban son pareja en el puesto de dardos. Soraya y Josefina llevan décadas vendiendo garrapiñadas. El lado amable de este duro trabajo son los amigos que hacen en el camino
Vanessa Sende, de 37 años, es una de las mujeres que trabajan incansablemente en las fiestas de la Ascensión. La feria suele ser una labor heredada pero el caso de esta compostelana es curioso ya que llegó a ella por amor.
Trabajó durante un tiempo en hostelería y en una fábrica de conservas, y aunque reconoce que su actual profesión es más dura, por las horas de carretera y el montaje y desmontaje, se siente muy orgullosa de haber tomado el camino de la feria.
El marido de Vanessa, Esteban, sí desciende de una familia dedicada a este mundo ambulante y entre la pareja llevan un puesto de tiro con dardos. Hace 14 años montaron su negocio y parece que la cosa va para largo.
Para Vanessa lo más duro de esta profesión es la falta de una rutina pero, sobre todo, el no poder pasar demasiado tiempo con su hijo en los meses de más trabajo. Se emociona al hablar de él y cuenta que es un niño al que no le gusta la feria y que prefiere quedarse con su abuela, a la que recurren para cuidar del pequeño las noches de verbena.
Esteban y Vanessa se mueven por Galicia, de fiesta en fiesta, aunque su base está en Ribeira. Allí tienen su casa pero llevan otra a cuestas, una caravana con todas las comodidades, incluida la lavadora o el acceso a internet. Cuenta que en la zona para acampada de feriantes se genera muy buen ambiente, que son una gran familia, ya que se conocen desde hace mucho tiempo.
Precisamente eso es lo que más destaca Vanessa al preguntarle por las cosas buenas de su profesión: “Somos gente solidaria, nos ayudamos entre todos”.
En cuanto al dinero que se suele dejar la gente en las atracciones, comenta que la media es de unos 10 euros por atracción aunque, entre risas, admite que hay padres que invierten grandes cantidades, hasta que su hijo consigue el premio. “La cara de felicidad cuando se hacen con una pelota no tiene precio”. Altavoces y gafas de telerrealidad son las recompensas más codiciadas
Trabajó durante un tiempo en hostelería y en una fábrica de conservas, y aunque reconoce que su actual profesión es más dura, por las horas de carretera y el montaje y desmontaje, se siente muy orgullosa de haber tomado el camino de la feria.
El marido de Vanessa, Esteban, sí desciende de una familia dedicada a este mundo ambulante y entre la pareja llevan un puesto de tiro con dardos. Hace 14 años montaron su negocio y parece que la cosa va para largo.
Para Vanessa lo más duro de esta profesión es la falta de una rutina pero, sobre todo, el no poder pasar demasiado tiempo con su hijo en los meses de más trabajo. Se emociona al hablar de él y cuenta que es un niño al que no le gusta la feria y que prefiere quedarse con su abuela, a la que recurren para cuidar del pequeño las noches de verbena.
Esteban y Vanessa se mueven por Galicia, de fiesta en fiesta, aunque su base está en Ribeira. Allí tienen su casa pero llevan otra a cuestas, una caravana con todas las comodidades, incluida la lavadora o el acceso a internet. Cuenta que en la zona para acampada de feriantes se genera muy buen ambiente, que son una gran familia, ya que se conocen desde hace mucho tiempo.
Precisamente eso es lo que más destaca Vanessa al preguntarle por las cosas buenas de su profesión: “Somos gente solidaria, nos ayudamos entre todos”.
En cuanto al dinero que se suele dejar la gente en las atracciones, comenta que la media es de unos 10 euros por atracción aunque, entre risas, admite que hay padres que invierten grandes cantidades, hasta que su hijo consigue el premio. “La cara de felicidad cuando se hacen con una pelota no tiene precio”. Altavoces y gafas de telerrealidad son las recompensas más codiciadas