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Los feriantes se resisten a despedirse

LA VESTIDA ( Jaén )

Penúltima jornada de Feria ayer, última noche. La lluvia acompañó al mediodía y cesó después, pero La Vestida no entiende de precipitaciones: el ambiente fue de lo más animado todo el día, y las comidas se alargaron hasta que cayó el sol

Hay ciertos elementos que se repiten en cada Feria de San Lucas. Los trajes de flamenca, los chatos, los paraguas. No cambian. Luego hay otros algo más cambiantes, según las modas. En este sector se englobarían, por ejemplo, los complementos -la mayoría luminosos- que promocionan los vendedores ambulantes entre la gente joven. Anillos de luz, coronas de flores brillantes, pulseras no muy discretas y hasta globos.
Uno de los más solicitados estos últimos años son las coronas luminosas. Lo que viene a ser una felpa de princesa con un botón que le aporta luz al complemento. Para pasar desapercibido, vamos. En esta Feria de San Lucas 2018 se han paseado por La Vestida cientos de ellas. De todos los colores, a todas horas, en todos los estados de embriaguez. Curioso, como mínimo, sería ponerse en la piel de una de esas coronas y ver qué pasa en una jornada de Feria desde su perspectiva. Con un poco de observación y una dosis de imaginación, podemos intentarlo.
Por el día, suelen ver la cosa algo más controlada. Ayer, por ejemplo, vieron bastante comida familiar, de esas que se repiten cada último sábado pase lo que pase, y se alargan hasta bien entrada la noche. Vieron también flamencas, muchas. Quizás más de las esperadas, ya que cuando el tiempo no acompaña invita a pensar que no es día de plantarse el traje de gitana. Y, sobre todo, al mediodía las coronas vieron lluvia. No fueron torrenciales, ni mucho menos, pero sí que se notó ese chispeo constante que agobia al feriante y le obliga a resguardarse. O le obliga a portar el paraguas hasta que le duele el brazo. A los más despistados les obligó a echarse la chaqueta por encima de la cabeza un buen rato. Las flamencas ayer tuvieron que ajustar el traje al tiempo, con mantones de colores, rebecas y alguna que otra chaqueta que no pegaba mucho con el atuendo. Pero qué se le va a hacer, lo de ‘para presumir hay que sufrir’, hasta cierto punto.
Iba pasando la tarde, nuestra coronas luminosa empieza a escandalizarse. El baile de los bomberos de la conocida caseta tiene buena culpa de ello. Cerveza por aquí, tinto por allá, vamos con las copas. Las casetas quitaron las mesas y subieron la música, había que transformar el bar en discoteca. Y vaya que sí se transformó.
En busca de los ‘me gusta’
La corona luminosa ve como sus compañeras pasan de una cabeza a la otra, foto por aquí, vídeo por allá, diez ‘stories’ de Instagram, cuatro audios a la amiga del pueblo que este año no ha podido venir. Porque el público que compra la corona generalmente se reduce a jóvenes veinteañeras en busca de unas fotos con gracia en la que los complementos ayuden a conseguir más ‘me gusta’ en redes sociales. Muchas de ellas la compran directamente -y al día siguiente ni se acuerdan-, otras tantas se la roban a la amiga que se gastó tres euros el día anterior en comprarla, y otras le ruegan al novio que le hagan el regalito. Y gracias a estos tres supuestos los vendedores ambulantes hacen su agosto.
Siguen pasando las horas. La corona se preocupa, ve como sus amigas de luz peligran, se caen y hasta se rompen. En el peor de los casos, dejan de brillar. La Feria dura mucho, y si la portadora decide bajar con su complemento cada noche, lo más probable es que en algún momento esta deje de brillar. Descanse en paz, corona.
Cuando llega la noche… Baile, más baile, alcohol, chatos, cacharritos, churros. En definitiva, Feria. Y, de repente, la nostalgia. Esa nostalgia de la corona luminosa que sabe que se apaga definitivamente. Que despide la última noche de feria. Que tendrá que esperar un año para volver a ver a Jaén con sus mejores galas. Pero bueno, relajémonos. Queda un día, el último. Coronas, prepárense: el domingo de San Lucas no ha hecho más que comenzar.

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