Párkinson: los nuevos tratamientos allanan el camino antes de la cura definitiva
Los investigadores Miquel Vila, Salvador Ventura y Guglielmo Foffani radiografían el momento actual de la enfermedad neurodegenerativa cuya incidencia crece más rápido en todo el mundo
La enfermedad de Parkinson fue descrita por primera vez en 1817 por el doctor James Parkinson en su monografía “Un ensayo sobre la parálisis agitante”. En la actualidad, entre 8 y 9 millones de personas están afectadas por esta patología, la segunda enfermedad neurodegenerativa más común después del alzhéimer y la que más rápido aumenta su incidencia en todo el mundo. El número de casos se ha duplicado en los últimos 25 años. Esta tendencia seguirá creciendo debido al envejecimiento de la población.
“De manera resumida, y si atendemos a la definición clásica, el párkinson es una enfermedad neurodegenerativa crónica y progresiva, que se produce por el deterioro y muerte de las neuronas dopaminérgicas en un área del cerebro llamada sustancia negra”. El investigador Miquel Vila Bover (Vall d’Hebron Institut de Recerca) ha participado en un debate organizado por Fundación “La Caixa” junto a dos expertos también apoyados en sus proyectos por la propia Fundación: Salvador Ventura (Universitat Autònoma de Barcelona) y Guglielmo Foffani (HM CINAC, Fundación Investigación HM Hospitales), para desgranar el momento actual de la ciencia alrededor de una enfermedad que todavía no tiene cura.
Los peligros de la neuromelanina
“La dopamina es necesaria para regular y controlar el movimiento. Cuando perdemos esa sustancia, empiezan las alteraciones motoras: lentitud, dificultad de movimiento, rigidez en las extremidades, temblor en reposo o pérdida de equilibrio”. Vila señalaba que la enfermedad genera problemas en otros circuitos cerebrales, afectando al sueño, al aparato digestivo o al olfato y provocando depresión y ansiedad. “Estas alteraciones no motoras nos dan pistas sobre el posible origen de la enfermedad”.
El investigador pone el foco en los efectos de la neuromelanina en las neuronas dopaminérgicas. Este pigmento oscuro, parecido a la melanina de la piel, se acumula con el tiempo en las neuronas hasta que, pasado cierto umbral, deriva en su degeneración y muerte. El equipo de Miquel Vila ha creado un modelo animal; ratones de laboratorio que producen una neuromelanina similar a la que se acumula en los cerebros humanos envejecidos. “Así somos capaces de estudiar cómo afecta la acumulación progresiva de neuromelanina al funcionamiento y supervivencia de las neuronas”.
Nuevas aproximaciones al párkinson
El objetivo es desarrollar nuevas aproximaciones, por el momento experimentales, para reducir los niveles de neuromelanina por debajo del umbral patológico. Aquí entran en escena terapias génicas, terapias no invasivas de ultrasonidos para degradar la neuromelanina sin matar la neurona, o la identificación de moléculas, fármacos que inhiban la formación de neuromelanina. “En animales hemos logrado modular o reducir los niveles de neuromelanina y mejorar así las alteraciones del párkinson. En el futuro, estás técnicas incluso podrían servir para la prevención si pudiéramos detectar los niveles de neuromelanina de cada uno de nosotros y actuar antes de que comience la enfermedad”.
La acumulación de neuromelanina también pude estar detrás de que el párkinson tenga una incidencia mayor en hombres (en torno al doble) que en mujeres. “Con la edad, la producción de neuromelanina es acelerada en hombres”. Y aunque no existe una dieta que retrase o nos haga propensos al párkinson, Vila ha aludido a la creciente importancia de la microbiota en el estudio de la enfermedad, y a cómo las alteraciones de su composición difieren entre personas sanas y pacientes de párkinson. “El eje intestino – cerebro gana protagonismo, al igual que sucede en el estudio de otras patologías neurodegenerativas”.
Biomarcadores y detección temprana del párkinson
En la inmensa mayoría de los casos, el párkinson comienza de manera espontánea a partir de los 60-65 años. El desconocimiento de las bases moleculares de la enfermedad ha limitado el desarrollo de fármacos. “Necesitamos biomarcadores, fundamentales para la detección temprana de la enfermedad. Sin ellos no podemos medir los efectos reales de una terapia”, apuntaba Salvador Ventura. El investigador de la UAB se refería a la importancia que ha adquirido la detección de moléculas en biofluidos, como el líquido encéfalo raquídeo, y a cómo la alteración de la proteína alfa-sinucleína (a-Syn) parece estar en el origen de la enfermedad cuando adopta una forma anómala.
Neuronas sanas.
En las neuronas sanas, la proteína a-Syn es soluble, no tiene estructura definida. Esto a la vez complica su estudio. En un momento dado, la proteína comienza a ensamblarse. Este proceso es tóxico para la neurona, que acaba muriendo. Se trata de una aproximación que “bebe” del estudio del alzhéimer, dónde la agregación de una proteína también inicia la patología.
“Si podemos parar la agregación quizá podamos frenar la enfermedad. No la curaremos, pero sí estaríamos en condiciones de provocar que su avance sea más lento y mejorar la efectividad de los tratamientos sintomáticos”, aseguraba Ventura. Con esa idea buscan moléculas que se unan a las formas tóxicas de la proteína para que no progrese o eliminarla.
“El problema al que nos enfrentamos es que vemos la proteína a-Syn como un hilo que se mueve de forma continuada. No hay forma de dirigir la molécula a un lugar concreto. Lo hemos resuelto mediante un cribado ciego”. El equipo del investigador ha probado 14.000 moléculas, una a una, tras simular en el laboratorio el proceso de agregación. Y así llegaron a desarrollar la molécula SYNUCLEAN-D, un compuesto único que combina todas las propiedades deseadas para una molécula destinada a tratar el párkinson: inhibe la agregación de a-Syn, deshace los agregados ya formados y evita su propagación.
Siguiente paso en el futuro.
El siguiente paso es dotar a la molécula de la capacidad de penetrar en el cerebro, cuya barrera protectora complica la entrada de bacterias y otros agentes dañinos, pero también de los fármacos. “Queda mucho, pero avanzaremos en este campo. Por ejemplo, el año pasado, por primera vez, fue descubierto un anticuerpo que mejoraba la capacidad cognitiva de los enfermos de alzhéimer. Insisto en que los biomarcadores son clave para ganar tiempo: actualmente, cuando la enfermedad es detectada, ya han muerto entre el 50 % y el 80 % de las neuronas dopaminérgicas”.
Cambiar el enfoque
Otro de los misterios que aún rodean al párkinson tiene que ver con el pistoletazo de salida que da inicio al proceso de neurodegeneración. La hipótesis más extendida sugiere que la enfermedad progresa desde el sistema nervioso periférico hacia el cerebro, pasando por la sustancia negra y extendiéndose, en las etapas avanzadas, hasta la corteza cerebral.
El equipo del doctor Guglielmo Foffani investiga una nueva teoría en la que se propone que la corteza cerebral juega un papel importante en el origen de la patología. Los resultados obtenidos hasta ahora evidencian una alteración cortical temprana. Se abre así la puerta a la detección precoz del párkinson y a la posibilidad terapéutica de actuar sobre la corteza, por ejemplo, a través de técnicas de neuromodulación no invasiva, para modificar la progresión de la enfermedad.
Optimismo con los avances.
El investigador es optimista con los avances logrados en los últimos años. “Se trata de la enfermedad neurodegenerativa que pone en manos de los neurólogos más herramientas”. Foffani añadía a la ecuación otros elementos a tener en cuenta. “Es preciso manejar el estrés. Aumenta la intensidad de los síntomas tanto motores como no motores. Lo que no está tan claro es si tiene un efecto directo en la neurodegeneracion, como sí sugieren algunos estudios en animales”. Y confirmaba que el ejercicio físico es vital. “Ayuda a ralentizar la progresión de la enfermedad e impacta en los síntomas. Conviene tener una rutina lo más activa posible”.
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