
Óscar, el amigo de 9 años del Papa Francisco ( y 2ª parte ).
El Papa Francisco labró una importante relación de amistad con Óscar y una familia de feriantes del sur de Roma, con los que hablaba por teléfono y a los que visitó dos veces Óscar, el amigo de 9 años del Papa Francisco
¿Qué hace un Papa como tú en un lugar como este?

La visita inesperada
Se podrían haber preguntado los Burning si hubieran estado aquí, entre dos viejas caravanas, por el callejón de gravillas, musgos, hierros oxidados, chatarra vieja y malas hierbas por el que entró Francisco en su primera visita al parque de atracciones de Ostia, a cincuenta minutos al sur de Roma. Vino a conocer a los feriantes del Lido Park, un territorio infantil que se mantiene abierto a duras penas, porque estamos en temporada baja, porque los niños prefieren videoconsolas y porque han pasado sesenta años desde que se fundó. Una casa del terror semiderruida, autos de choque polvorientos. noria con un toque de óxido; el tiempo ha extendido sobre el paisaje una capa de ceniza que nos hace de golpe muy mayores o muy niños de nuevo.
Elisa y demás niños
Elisa, que tiene los ojos azules y grandes, Carlos y los demás juegan entre las ‘roulottes’ con un balón que se les queda colgado en un tejado de uralita «El Papa era más que un abuelo para mí. Francisco era mi amigo». cuenta óscar. Esta es la historia de cómo un chico de nueve años, pobre, travieso y miembro de una familia de feriantes, labró una amistad con el Sumo Pontífice de Roma.
Todas las personas que pasan delante del féretro dejan un rastro en el velatorio del Papa. Una monja con hábito azul, pequeña, cana, levísima y cargada con una juvenil mochila verde, se salta el protocolo y se acerca al féretro a rezar y a llorar. Nadie le dice nada. La Guardia Suiza no interviene mientras se seca las lágrimas con un pañuelo de papel hecho una bola. Todos saben quién es y en los medios de todo el mundo se publica que se llama Gennevieve Jeanningros, que era amiga de Bergoglio desde antes de que fuera nombrado Obispo de Roma y que vivía en una caravana en un parque de atracciones de Ostia.
La hermana ha recibido tal tempestad de peticiones de entrevista que no puede atendernos, pero nos da las señas de la feria en la que se encuentran «los amigos del Papa».
Una monja entre feriantes
La casa donde vivía allí la monja desde hace quince años hasta hace unos meses es una caravana de hace medio siglo. Una caravana entre muchas. Para entender el paisaje cabe imaginarse con que una comunidad de nómadas se hubiera detenido hace sesenta años, que es cuando Epifanía Bardelli y su marido fundaron el Lido Park. Como si los remolques con el tiempo fueran echando raíces, se han ido asentando y construyéndose alrededor de tejados, pasarelas, barandillas. toldos, pérgolas, jardincillos en los que lo perros ladran a los reporteros , graciosos y pequeños caniches negros, como si fueran una raza distinta y vivieran en el árbol de un mundo onírico.
En las imágenes que Epifanía guarda como un tesoro, se ríen y se abrazan con un cariño que va más allá del protocolo

Gennevieve decidió hacer allí su labor pastoral y dedicarse a los feriantes, como a su vez a la gentes mal vistas y con poco prestigio social , dejados de la mano de Dios. Porque no es lo mismo decir que uno trabaja en una gran Empresa que en las camas elásticas de una feria de Ostia o en un club de alterne.
Estando viviendo allí y conociendo al Papa, desde su época en Argentina, se fue fraguando una relación de confianza entre todos ellos.
El Papa la llamaba «enfant terrible» y ella llevaba a las audiencias con el Papa a mendigos, drogadictos y prostitutas de la zona. En 2015, la primera vez que visitó el parque, Oscar estaba en la barriga de su madre y Bergoglio ( Papa Francisco ) posó su mano sobre la barriga de su madre para darle la bendición y con este gesto daba comienzo a una relación entre su Santidad y el aún no nacido, relación que no se rompería nunca más.
‘Vía Papale’ en el parque
Llamarle callejón a esa trasera por la que entró el Papa sería llamarle demasiado, pero en una de las casas han colocado un cartel de piedra en el que se lee ‘Vía Papale’ en recuerdo solemne de la ilustre visita. Al lado, cuelgan toallas y chándales. secándose. Dentro de la casa, Epifanía Bardelli, la abuela de Oscar posa sobre el hule de la mesa de la cocina las fotos de las visitas y los encuentros de la última década. En ellas se observa que el niño va creciendo y el Papa, haciéndose más viejo. En las últimas, lo llevan en silla de ruedas. «Nos pidió que nos acercáramos para ver cómo crecía el crío». cuenta ella, cuajada de fotos de familia y con el techo abovedado de las antiguas caravanas.

«Le escribí un poema porque era el día del padre y él era el padre de todos», cuenta, divertido. En las imágenes, que Epifanía guarda en un sobre como un tesoro, en las fotos se pueden ver como se ríen, se abrazan y se quieren con un cariño que es evidente y que va más allá de la amabilidad del protocolo que desplegó Bergoglio con algunas personas. También enseña una medalla de la Sagrada familia, una carta que les envió a través de Gennevieve con especial re cuerdo para su nieto. algunas estampas y un rosario que le dio con el que ella no reza «para que no se estropee».
En ocasiones se emociona. en otras ríe, como cuando recuerda que cogió el teléfono el día de su 80 cumpleaños -un 6 de enero, de ahí su nombre: Epifanía-, y cuando preguntó quién era, la voz al otro lado le sorprendió diciendo: «Soy el Papa Francisco y llamo para felicitarte».
Sobre la mesa de la cocina minúscula, limpia y ordenada, revestida de madera como una cabaña en Suiza, se aparecen las imágenes de la última visita. Sucedió el pasado julio, cuando el Papa acudió a Lido Park a bendecir una imagen de la Virgen «Patrona de los feriantes, los acróbatas y las gentes del circo».
La última visita
En el pedestal alguien ha depositado figuras de resina de colores y flores de plástico. El Papa llegó allí en un Fiat 500, la bendijo y pasó un rato con sus amigos. En la sala de cumpleaños habían organizado un espectáculo de acróbatas y de magos. En los vídeos. aparece Bergoglio jugando con un globo azul y riendo en una felicidad plena. Gennevieve -que ahora vive en Roma-. está con él y Massimo, y la ‘nonna’. Ese día, Oscar le hizo entrega de un tiovivo en recuerdo de todos los feriantes y el Papa le dio un sobre con cinco euros para que se comprara un helado, un billete que no guarda porque lo gastó en un helado. como es natural. Sí que conserva el borrador de la última carta que escribió después de que enfermara.

Por su salud, habían pasado los meses sin que se reencontraran. Decía así: «Hola Papa Francisco. Hace mucho que no nos vemos. Soy Oscar, tu gran amigo. Espero que te recuperes pronto. Papa Francisco. y que final mente en verano te pueda regalar otro helado. Rezaré también a la Virgen que tú bendijiste este verano en el parque. Te deseo una buena recuperación. Para mí eres como el abuelo que nunca pude conocer. Te quiero mucho».
Un secreto no revelado
El día de la última visita, cuando se iba a marchar, Carlos, el primo de Oscar de trece años, un niño pecoso y flaco como un novillero, con el pelo largo y rizado, se puso a llorar. El Santo Padre se dio cuenta lo llamó a su lado y le preguntó que qué quería ser de mayor. «Jugador del Real Madrid», respondió Carlos y, entonces el Papa se acercó y le dijo un secreto que Carlos no ha revelado a nadie «porque es secreto».
Oscar y Carlos representan la última generación de los Bardelli, cuyos abuelos instalaron el parque hace seis décadas. Son veintitrés entre hijos y nietos, pero la segunda generación huyó de allí «Esto es muy bonito, pero sacrificado», explica Dezia, sobrina de Epifanía, la ‘jefa’ del tinglado según todos, una mujer rubia de ojos verdes de unos 40 años . El Papa nos animó mucho a luchar por este mundo. Le gustaban los juegos y nos daba las gracias por hacer a la gente reír. Creo que era un hombre con un alma muy pura», recuerda a Gennevieve se le quiebra la voz alrecordar sus palabras. Al fondo, un crío sopla las velas y sus amiguitos le cantan ‘Tanti auguri a te’.

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