Feria de Córdoba 2022. Sufrida piel y alma de nómada: así son los profesionales de las atracciones
Feria de Córdoba 2022. Sufrida piel y alma de nómada: así son los profesionales de las atracciones
Viven de un lado para otro más de seis meses al año; hechos al trabajo duro, creen que la resistencia es su principal valor
Si ‘El látigo macareno’ es una institución en cada Feria, la salsa de la Calle del Infierno, la atracción en la que hay que montarse sí o sí para que las caderas se salgan de su sitio, allí está él como el guardián de sus esencias. Se llama Francisco Calvo Ribera y tiene 54 años, es de Córdoba y se precia de que el látigo lleve viniendo a la celebración de Nuestra de la Salud desde antes de que él naciera.
«Te acostumbras a esto, pero es duro: te pasas la vida montando y desmontando el cacharro», declara el hombre, que pasa la sobremesa, con la atracción aún en calma, con el motor parados, a la sombra de la techumbre metálica bajo la que se articulan los brazos que zamarrean a los pasajeros.
«Dormimos poco, la verdad, y siempre andamos de aquí para allá; todavía estamos enteros porque andamos por el primer tramo de la temporada: de Sevilla hemos ido a Jerez de la Frontera y de allí a Córdoba. Y luego, a seguir», se extiende quien compara su duro oficio con el de la hostelería. «A veces todo se resume en esperar, en esperar y en esperar: hasta que no llegue el cliente no tienes nada que hacer, y hay que atenderlo siempre como es debido», precisa.
«Somos nómadas». El resumen de la vida del feriante la hace Santiago Simarro, un valenciano de 57 años que lleva viniendo a la Feria de Córdoba desde hace cuatro décadas, tres de ellas con su mujer, que siempre viaja con él. «Vivimos detrás de la tómbola: allí tenemos una vivienda. Te acostumbras», relata mientras prepara los muñecos de peluche en el techo del chiringuito, que tiene el nombre comercial de Atracciones Edu.
«Le digo una cosa: la feria ha cambiado mucho desde que se mudó de La Victoria, porque aquello era otra cosa», reflexiona el profesional, que pasa siete meses al año fuera de su casa, a cuestas con su negocio, de un sitio a otro. «Nosotros hemos empezado en Jerez de la Frontera y no acabamos hasta El Pilar, en octubre, aunque nosotros no vamos a Zaragoza, sino que nos quedamos en Calanda», se extiende quien tiene dos hijos treintañeros. «Ninguno de los dos quiere dedicarse a esto: ellos tienen sus trabajos, lo que nosotros hacemos les parece demasiado sacrificado y llevan hasta razón», resalta.
A la dureza del oficio se suma la dificultad para encontrar ayuda. «He dado de alta a dos personas en los primeros días de esta Feria y solo se han presentado un día, parece que la gente no quiere trabajar o que tira con las ayudas que reciben del Gobierno: esta mañana he tenido que llamar a la gestoría para decirles que arreglaran los papeles de esos dos porque me he quedado sin personal», se explica el levantino.
Veteranos y promesas
Si Simarro es un veterano, Jonathan Polo es una joven promesa del sector. Con 27 años, este vecino de Dos Hermanas lleva dos años enrolado en el equipo de Tiki-Taka, una atracción con tres lustros de andadura por toda la geografía española.
«Lo importante de esto es la capacidad de aguante y saber adaptarte a este tipo de vida», subraya el joven, que de Córdoba sale para Alcalá de Guadaira y de ahí sigue para Chiclana, Bilbao y Salamanca, entre otras localidades.
«La suerte que tenemos es que contamos con viviendas bien preparadas para viajar con todas las comodidades en estas circunstancias, con servicios y con cocina. Está bien», dice el muchacho, que insiste en que el precio de la atracción está bastante contenida en relación con el resto de los cacharritos: «Lo que cobramos por viaje son cinco euros, e intentamos no subir mucho. Lo malo es que si los de al lado tiran para arriba nosotros tenemos que seguirlos, pero de ocho euros nunca pasamos», informa Polo.
A dos euros tiene la ficha la Carrera de Caballos en la que se emplea Teófilo Torralbo, un vasco de 60 años que vive en Venezuela cuando no está de gira de feria en feria. «Soy el locutor animador de la empresa: venimos ahora de Sevilla, y conozco bien Córdoba, porque llevo viviendo cuarenta años», suscribe este componente de un equipo de cuatro personas.
«¿Que si hemos tenido que subir los precios? Pues claro que sí. En 2019, el último año que vinimos a esta Feria cobrábamos un euro con cincuenta, y ahora hemos tenido que ponerlos a dos; no hay más remedio», precisa el operario, quejoso a renglón seguido del poco cuidado que los ciudadanos en general ponen con el coronavirus. «No nos queremos dar cuenta, pero la enfermedad sigue ahí y nos podemos estar contagiando: creo que hasta en las ferias debería usarse mascarilla y conservar la distancia social», se expresa.
La decana de la Calle del Infierno es Dolores Torralba, vecina del Sector Sur de toda la vida que se gana el pan con un puesto de algodón y de chucherías entre cacharrito y cacharrito. «Hemos tenido que echar el freno, porque a mi marido le dijo el médico que tenía que elegir entre ganar dinero y su salud, así que ahora solo cogemos la Feria, la Fuensanta y la Semana Santa», declara la mujer, de 71 años. «Los precios de los productos no los hemos subido: creemos que es mejor mantener la clientela», se explica Torralba.
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